John Mervin
Corresponsal de asuntos económicos de la BBC en Nueva York
Este viernes, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se reunió con los directores de las instituciones financieras más grandes del país para discutir sobre cómo sanar la economía.
Aunque seguramente Obama lo podría decir de una manera más elegante -ya que por algo se le ha aplaudido por ser uno de los mandatarios más elocuentes que el país ha tenido en varias generaciones- la pregunta que uno se hace al saber de esta reunión es ¿por qué no se puede vivir con los banqueros pero tampoco se puede vivir sin ellos?
Actualmente, la ambivalencia parece caracterizar la actitud de EE.UU. y de su presidente frente a los bancos e instituciones financieras.
Eso pudo hacer que la reunión de Obama con los directores de los principales bancos de EE.UU. resultara algo incómoda.
Les guste o no, el presidente y los banqueros de EE.UU. mantienen una relación interdependiente. ¿Y quizás destructiva?
"Esenciales"
La administración de Obama ha dejado claro que considera a los bancos instituciones esenciales para la recuperación económica.
El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, recientemente le dijo al Congreso que, si bien la recesión puede terminar en 2009, esto tan "sólo ocurrirá si" se restablece la estabilidad financiera.
Algunos argumentan que EE.UU. no saldrá de su atolladero económico a menos que alguien salve a las instituciones financieras de Wall Street de la difícil situación en la que se encuentran.
Y al mismo tiempo los ejecutivos que se reunieron con Obama este viernes son conscientes de que sin la generosidad de los contribuyentes, algunas de sus empresas podrían haberse unido a Bear Stearns y Lehman Brothers, y pasar así a figurar tan sólo en los libros de historia.
Del humor a la ira
Sin embargo, la idea generalizada en EE.UU. y en gran parte del mundo es que la crisis económica "comenzó en Wall Street".
Incluso la administración de George W. Bush no tenía ningún problema en culpar a los antiguos "maestros del universo" de Nueva York.
Bush incluso llegó a describir la crisis financiera como la resaca que Wall Street dejó a los estadounidenses después de una borrachera.
Ahora, con la administración demócrata, en EE.UU. están aún más convencidos de que sus males económicos son culpa de los bancos y otras compañías que integran esta gran industria de servicios financieros.
Conforme esta percepción se ha ido arraigando, lo que en un principio era humor negro se ha convertido en ira.
Mientras Bush hacía chistes sobre la juerga de Wall Street, Obama se ha hecho eco de la indignación de los ciudadanos por los lucrativos pagos que todavía se siguen llevando a cabo.
El presidente estadounidense calificó de "vergonzosos" los acuerdos para el pago de bonos a los empleados de Merril Lynch cuando se hicieron públicos en febrero.
La retórica se ha atenuado a la vista de que siguen saliendo a la luz nombres de empresas que siguen pagando bonos a sus empleados.
Amenazas de muerte
Como en otros países, la cantidad de dinero que se bombea a las empresas financieras y a menudo va a parar en los bolsillos de los ejecutivos causa ira.
Cuando los directores de la aseguradora AIG se presentaron ante el Congreso a fin de recibir el inevitable regaño después del criticado pago de bonos, revelaron frente a una enorme audiencia que parte de su personal está siendo amenazado de muerte.
Sin embargo, si la ira es palpable, también lo es la gran incertidumbre acerca de qué hacer con las maltrechas compañías de Wall Street.
Esta semana el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, finalmente reveló su plan para solucionar el problema de las deudas hipotecarias.
Su esquema para sanear la banca del país absorbiendo los llamados "activos tóxicos" fue acogido con los brazos abiertos.
El índice Dow Jones se disparó un 7% cuando el plan fue anunciado.
¿Estilo americano?
Pero lo más sorprendente es la manera en la que la administración de Obama ha refrenado el impulso de ejercer mayor control sobre el sector financiero, contra el que ha cargado en numerosas ocasiones en los últimos tiempos.
De hecho, el plan de Geithner sólo funcionará si los bancos y fondos de inversión aceptan participar en él, comprando y vendiendo los llamados "activos tóxicos".
Muchos analistas han criticado que la administración haya ido tan lejos en las ayudas a la banca con tal de evitar lo que parecería la solución obvia: la toma de control de los bancos por parte del gobierno.
Algunos economistas, de izquierda y de derecha, sostienen que la nacionalización temporal de algunos bancos sería la forma más sencilla de limpiar sus balances y reorganizar la industria.
Además, señalan a otros países -como el Reino Unido- cuyos gobiernos han demostrado al menos la voluntad de asumir una participación mayoritaria en las instituciones financieras.
Pero tal parece que ese no es el estilo americano.
Tanto el presidente Obama como el secretario del Tesoro han dicho que el gobierno no es un buen gestor de los bancos.
Resistencia republicana
Esta visión está muy lejos de la antipatía que algunos políticos sienten hacia la idea de que el gobierno tome el control de Wall Street.
Incluso las sugerencias de Geithner de que haya una mejor regulación del sector financiero han desatado una feroz resistencia por parte de los republicanos.
John Boehner, el líder republicano en la Cámara de Representantes, afirmó que los planes de Geithner para resolver futuras crisis financieras son una forma de "apropiación de poder".
Por lo tanto, la transformación de la regulación del sistema financiero únicamente podría ser posible después de un largo y acalorado debate.
Ello significa que por más enojados que estén, los estadounidenses y su nuevo presidente tendrán que seguir de la mano con sus bancos e instituciones financieras.
Por su parte, los banqueros tampoco tienen muchas opciones.
A menos que cooperen con la política del gobierno que hasta ahora los ha sacado de apuros, la retórica beligerante podría convertirse en algo mucho más desagradable.
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