jueves, 30 de julio de 2009

La crisis pasa factura al dinero de plástico

La grave crisis económica que ha estado castigando a los consumidores que antes contrataban alegremente el crédito que necesitaban, así como la vigilancia más estrecha por parte de los órganos reguladores, van a obligar a los emisores de tarjetas a volver a pensar su modelo de negocio a medida que la economía vaya recuperándose, según explican los profesores de Wharton y analistas de la industria del crédito.
Desde que Bank of America introdujo por primera vez las tarjetas de crédito en 1958, en California, la industria ha crecido y actualmente acumula en torno a 1.000 billones de dólares en créditos renovables, con más de 700 millones de cuentas en EEUU. Durante el periodo de prosperidad económica, de 2005 a 2008, la fiesta del consumo alimentada por el crédito al consumidor empujó la tasa de ahorro de EEUU a prácticamente cero. En mayo, sin embargo, alcanzó la marca del 6,9% impulsada, en parte, por el pago de estímulo financiero hecho por el Gobierno a los contribuyentes el año pasado. En 2009, por primera vez en 40 años desde que la Reserva Federal monitoriza la industria, el crédito renovable caerá.
“Aunque no haya cambios en la legislación, las compañías de tarjetas de crédito van a introducir cambios en el sistema de préstamos. Ellas ya están estrechando la concesión de créditos y elevando las exigencias porque el riesgo también ha aumentado”, observa Nicholas Souleles, profesor de Finanzas de Wharton.
Souleles prevé que el futuro de la industria de tarjetas de crédito obedecerá, en gran medida, al esquema macroeconómico general. La caída actual del recurso al crédito por el consumidor se debe, en parte, a la mayor exigencia de los requisitos de crédito por parte de las emisoras de tarjetas presionadas por una tasa de incumplimiento superior a un 8%, dos veces más que el porcentaje registrado en 2006. Al mismo tiempo, la demanda ha disminuido, ya que el consumidor está menos dispuesto a asumir deudas debido a la incertidumbre en relación al valor de su casa y de otros activos, además de la inseguridad relativa a su permanencia en el puesto de trabajo.
Durante la reciente explosión del sector de la construcción de inmuebles residenciales, resalta Souleles, era comprensible que los dueños de inmuebles contrataran préstamos y ahorraran menos. “En el futuro [...] el acceso al crédito va a mejorar, sin embargo el deseo del consumidor de pedir préstamos puede que no vuelva a ser el mismo, y durante un buen tiempo, incluso después de salir de la recesión”, dice.

A corto plazo, la recién descubierta voluntad de ahorrar del consumidor podrá atrasar la recuperación económica, añade Souleles, ya que un 70% de la economía americana gira en torno a los gastos del consumidor. Con el tiempo, sin embargo, una tasa de ahorro más robusta podrá proporcionar el capital para inversiones en innovaciones que, en última instancia, va a generar empleos y mayor crecimiento económico, prevé Souleles.

Las emisoras de tarjeta de crédito buscan ahora nuevos modelos que atiendan a la realidad económica en esta fase de cambios, según explica Robert Stine, profesor de Estadística de Wharton, responsable de la organización del reciente congreso del Centro de Instituciones Financieras de Wharton [Wharton Financial Institutions Center] titulado Configurando el riesgo de crédito en el comercio después de la crisis subprime [Modeling Retail Credit Risk after the Sub-Prime Crisis]. Stine dice que las empresas del sector trabajaban con modelos sofisticados de riesgo de crédito que tienen relativo éxito hasta que se vieron golpeadas por la crisis económica y por el cambio de comportamiento del consumidor. La deuda hipotecaria, por ejemplo, siempre fue considerada sagrada por el consumidor, que insistía en pagarla incluso bajo una presión financiera terrible, para no incurrir en el riesgo de perder el inmueble. Pero en el momento en que se pasó a ver la casa propia más como una inversión, y no como un lugar para vivir y echar raíces dentro de una comunidad, la deuda hipotecaria perdió parte de su importancia cuando el valor del inmueble caía hasta cifras próximas o inferiores al montante del valor aún por finiquitar.
“La industria del crédito pasó a enfrentar el comercio más como un porfolio de activos”, dice Stine. “Cada cliente representa una colección de deudas, y el tipo de cliente varía según la manera en la que él trata esas obligaciones”.
Conociendo los prestatarios
Mientras tanto, las empresas de tarjetas de crédito crearon formas de evaluar a los candidatos. Sin embargo, no hicieron el ejercicio de manera completa, ya que no verificaron cuantas otras emisoras de tarjeta, o instituciones acreedoras, también habían concedido crédito al mismo candidato, dice Stine. “Aprendemos que no se puede pensar sólo en la tarjeta que estamos concediendo al individuo. Si el prestatario tiene varias líneas de crédito, eso va a hacer que el riesgo sea mayor que la posibilidad de que dispone la compañía de tarjetas de monitorizarlo”. Las instituciones acreedoras intentan suministrar ese tipo de información, pero en muchos casos no disponen de detalles suficientes sobre los acuerdos individuales que los acreedores tienen con un cliente que se atrasó en su pago, o no disponen de datos sobre su comportamiento en cantidad suficiente para prever de qué forma el individuo va a lidiar con su porfolio de crédito. Además de eso, hay leyes que limitan el volumen de información que puede ser obtenido por las instituciones de crédito, inclusive información sobre la renta del individuo.
En el futuro, dice Stine, las grandes instituciones financieras con relaciones diversas con sus clientes podrán monitorizar mejor la renta y los patrones de comportamiento con el objetivo de mejorar su capacidad de calibrar el riesgo. Incluso si, por ejemplo, una empresa no consigue información completa, ella podrá recurrir al historial de la cuenta del individuo para verificar el volumen de depósitos y con eso estimar su renta.
Stine observa que los medios antiguos de determinar el riesgo, principalmente la evaluación FICO creada por Fair Isaac Corporation para medir la solvencia del contratante, tuvieron éxito a la hora de determinar si un cierto individuo presentaba un mayor riesgo que otro. Pero un resultado de 600 puntos en el FICO puede representar un riesgo del 10% de insolvencia en un ciclo robusto de crédito, y un 40% en un contexto de crisis. “El FICO sigue siendo válido, pero no sabemos cómo usarlo”, dice Stine. “La puntuación en sí es interesante, pero la única manera de tomar una decisión de crédito consiste en asociarla al volumen de dinero que arriesgo en el momento en que alguien pasa a ser mi cliente”.
Los analistas de riesgo de crédito aún están en las etapas iniciales de un esfuerzo cuyo objetivo es intentar encontrar nuevos modelos que permitan juntar toda la información sobre los usuarios de tarjetas de crédito, de modo que puedan evaluar mejor el riesgo de impago, explica Stine. “Creo que los modelos estarán mejor construidos debido a la crisis”. Las empresas continuarán trabajando con modelos, porque son eficientes y capaces de lidiar con previsiones a gran escala, “que es mejor que hablar con una persona en una esquina del banco. Sin embargo, los modelos antiguos han perdido mucho su correlación con el mundo real. Creo que la industria está queriendo crecer y perfeccionarse, por eso deberá encontrar nuevas fuentes de datos que permitan alcanzar ese objetivo”.
El colapso económico y el cambio de Gobierno en Washington ya han tenido como resultado nuevos cortes de crédito en la industria de tarjetas. En mayo, el presidente Obama suscribió una ley que prohíbe a las emisoras imponer comisiones a los clientes que, por descuido, excedan el crédito disponible, limitando incluso las comisiones que las empresas podrán cobrar por los pagos atrasados. Además de eso, las compañías de tarjetas de crédito podrán elevar las comisiones sobre la deuda existente solamente si el consumidor paga su deuda con más de 60 días de atraso. La ley también limita el marketing dirigido a los menores de 21 años.
Nuevo ambiente regulatorio
El Gobierno Obama está trabajando junto con los miembros del Congreso en la creación de una Agencia de Protección Financiera del Consumidor que dará fuerza de ley al conjunto de medidas de protección a quien contrate crédito.
Souleles dice que es difícil criticar buena parte de la nueva ley de protección al consumidor porque requiere más transparencia e impone límites a las comisiones. Pero las cláusulas que limitan la posibilidad de las emisoras de tarjeta de fijar tasas propias son más complejas, porque —en tiempos de riesgo elevado— las empresas tal vez necesiten elevarlas para seguir en el mercado y continuar prestando, añade.
David Musto, profesor de Finanzas de Wharton, apunta a la existencia de un elemento de tensión en cualquier política que quiera lidiar con las dificultades propias del crédito al consumidor. Las consideraciones relativas a los préstamos abusivos deben ser tratadas teniendo como telón de fondo la cuestión de la restricción del flujo de crédito para la población de renta baja —o para poblaciones que viven en determinados barrios— y que está en condiciones de efectuar los pagos debidos y sacar provecho de los préstamos. Musto llama la atención sobre el debate en torno a la Ley de Reinversión en la Comunidad (CRA, según sus siglas en inglés), que exige a los bancos que presten a las poblaciones de los barrios donde captan depósitos, pero hacen relativamente pocos préstamos. La ley fue criticada porque contribuía al caos de la hipoteca subprime, ya que permitía a algunos compradores de viviendas contratar deudas mayores de las que podían soportar.
Al mismo tiempo, otros decían que la CRA ayudaba a las familias necesitadas a entrar en el rol de propietarios, permitiéndoles formar activos y contribuir, a largo plazo, al crecimiento económico, observa Musto. “Tal vez haya quien desee volver a pensar de qué forma los bancos podrían ayudar a las comunidades donde captan depósitos. ¿La CRA ha tenido un impacto negativo e imprevisto? Ese es un debate que no puede faltar siempre que esté vinculado a la cuestión del crédito al consumidor”.
Musto añade que buena parte de la infraestructura financiera que permitió el uso generalizado de las tarjetas de crédito está en una situación tensa porque el colapso financiero hizo imposible la titulización de la deuda de la tarjeta de crédito. “Es muy difícil colocar actualmente en un paquete la deuda de la tarjeta de crédito. La idea de que es posible colocar en un paquete los préstamos subprime y aislar el comprador del riesgo tendrá que volverse a pensar”.
Stephen J. Hoch, profesor de Marketing de Wharton, dice que las empresas de tarjeta de crédito y los consumidores bien informados iban por un camino que se acabó abruptamente con la congelación de la expansión del crédito. Las empresas de tarjetas recurrieron a la letra pequeña de los contratos y con eso consiguieron atraer incontables prestatarios que fueron endeudándose cada vez más, dice Hoch. Mientras tanto, el cliente que pagó sus cuentas en las fechas previstas todos los meses cosechaba los beneficios de la financiación gratis a corto plazo, realizaba cómodamente las transacciones de su interés y disfrutaba de otras ventajas como, por ejemplo, la obtención de millas aéreas, a cuenta de instituciones financieras que emitían tarjetas.
Para la mayor parte de los consumidores, dice Hoch, las tarjetas de crédito son importantes porque permiten a las personas aceptar préstamos que se pagarán en el futuro. “Con tal de que el futuro sea más prometedor que el día de hoy, tiene sentido, es normal y apropiado aceptar préstamos. Desafortunadamente, las personas se dejan dominar por un optimismo exagerado, o es que no entienden lo que son intereses compuestos”. Los usuarios de tarjeta sin experiencia o con muy poco conocimiento financiero en general se preocupan por la posibilidad de no conseguir soportar deudas de un cierto nivel, dice Hoch. Pero si una institución financiera de gran tamaño les ofrece crédito, estas personas suponen que “la empresa de tarjetas de crédito debe saber lo que hace”.
Las tarjetas de crédito no van a desaparecer de la noche a la mañana, añade Hoch. El dinero de plástico es más cómodo y agiliza el procesamiento de las transacciones. “Sin embargo, así como las personas ya no pueden usar su casa como hucha particular, tampoco pueden usar la tarjeta de crédito de la misma manera. La fase de crecimiento ha llegado a su fin, pero las tarjetas continúan estando por todas partes y no van a desaparecer”.
Una industria madura
Brian Riley, director de investigaciones de tarjetas bancarias de TowerGroup, consultoría de servicios financieros de Massachussets, dice que después de 40 años de crecimiento como consecuencia, en parte, del cambio de tecnología empleada en el sector, la industria de la tarjeta de crédito ha madurado finalmente.
La fuerza de la industria está en sus redes de pagos, que también se pueden adaptar para las tarjetas de débito, que utilizan el dinero ya existente en la cuenta del usuario, además de tarjetas de crédito del tipo prepagado. “La tarjeta de débito está eclipsando a la de crédito”, dice. “El cambio al débito es importante y se espera que la tendencia persista. En lo que concierne a la tarjeta de crédito, será más difícil conseguir una tarjeta y más difícil incluso mantenerla. La tolerancia será menor y el volumen de tarjetas disminuirá”.
La empresa de Riley estima que el crédito renovable caerá de 960 millones de dólares, en 2008, a un valor entre 777.000 millones y 885.000 millones de dólares en 2010, dependiendo de la gravedad de la recesión. En el futuro, dice Riley, las emisoras de tarjetas tendrán que sofisticar mucho los modelos de adquisición ofrecidos a los clientes de manera que haya un cuidado extremo en relación a la cuestión del historial de crédito y de pago del cliente, el volumen de su deuda y cuánto tiempo la empresa viene relacionándose con él.
“En vez de trabajar con cuentas de potencial de pérdidas elevado y de oportunidad limitada de generación de ingresos, se debe cerrar las líneas de clientes activos y sacarlos de la contabilidad de la empresa a través de una estrategia más dinámica de gestión de cuenta”, observó Riley en un informe titulado “Después de los ciclos de subida y de bajada: conduciendo la industria de tarjetas de crédito hasta el próximo ciclo de la economía”. Las emisoras de tarjeta de crédito “necesitan tener mucho cuidado a la hora de ajustar las cuentas. Es preferible tener una estrategia bien planeada a mano a crear políticas reactivas bajo presión”.
Stine enfatiza la naturaleza cíclica de la industria de la tarjeta de crédito, que ha pasado por un periodo de fuerte crecimiento y de rentabilidad, principalmente durante el último boom económico. Las tarjetas generaron beneficios fantásticos cuando el spread entre el coste del dinero y las tasas que las instituciones financieras cobraban a los prestatarios creció, dice Stine. El crecimiento generalizado de la actividad económica enmascaró los riesgos. Cuando el ciclo entra en fase descendente, el riesgo aumenta. “El impago no es obra de sólo una persona”, observa Stine. “Es obra de mucha gente. Hay un aspecto de contagio en eso”.
Los mejores modelos ya concebidos continúan siendo vulnerables a la interferencia humana, resalta Stine. La industria siempre ha trabajado con un escenario en que un trabajador especializado en riesgo se queja de la aparición de posibles problemas, además de compañeros que dicen: “Mire, acertamos el año pasado. Estamos obteniendo unas ganancias increíbles. ¿Por qué parar?”, dice Stine. “De pronto, parece que ha aumentado el número de personas atentas a lo que pasa”.

http://www.wharton.universia.net

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