domingo, 10 de mayo de 2009

La trampa de liquidez y un resorte

La trampa de liquidez es la satánica pesadilla de todo keynesiano. Ocurre generalmente cuando aparecen nubarrones en el horizonte. Pero ojo: dentro de la trampa hay un resorte.
Por Óscar Landerretche

Una de las cosas que nos legó Lord Keynes (ora pro nobis) fue el concepto de "trampa de liquidez", que su profeta Sir John Hicks (ora pro nobis) refinó analíticamente.
La trampa de liquidez ocurre cuando el retorno real de los activos es tan bajo comparado con los riesgos involucrados en tenerlos, que no tiene sentido comprarlos y los agentes encuentran mucho más conveniente mantener dinero, de retorno nominal cero y relativamente bajo riesgo.
Por lo general la trampa de liquidez ocurre cuando hay elevados niveles de incertidumbre y bajos retornos. En ese ambiente los agentes dejan de confiar en las promesas que circulan en los mercados de activos. Dejan de financiar proyectos y no otorgan eso que es el combustible básico de la intermediación financiera: crédito, en su sentido financiero y en su sentido humano.
También es posible caracterizar como trampa de liquidez una situación en la que los consumidores frenan sus gastos, priorizando las cosas más urgentes y aplazando aquello que es aplazable. Los consumidores, primero, reducen aquella parte del consumo que es más parecido a la inversión. Esa parte se llama consumo durable, es decir, el gasto en todo aquello que usamos durante un período prolongado de tiempo. Finalmente la decisión de consumo durable de un consumidor tiene grandes similitudes con el proceso de decisión de un inversionista.
En un caso extremo, la trampa de liquidez podría tener a empresarios y consumidores al mismo tiempo recortando gastos e inversiones y acumulando todos los saldos líquidos posibles, reforzando los efectos contractivos de las decisiones mutuas, en un ciclo contractivo difícil de romper.
La madre superiora de las trampas de liquidez se vivió en Japón en los años 90 (hay economistas que no comparten este diagnóstico). Durante una década, el Banco Central de ese país estuvo tratando de reimpulsar la economía con una política monetaria expansiva, sin mucho éxito que digamos. Lo que detonó la trampa de liquidez fue el fin de una crisis financiera muy similar a la que ha ocurrido en Estados Unidos (burbuja inmobiliaria incluida) y una sensación de agotamiento de los rendimientos del modelo de desarrollo japonés. Durante largos años las autoridades trataron con todas las estrategias concebibles para convencer al público de que convenía gastar el dinero porque venía la inflación. Y lo trataban de hacer gastando, emitiendo dinero generosamente y haciendo intervenciones cuantitativas. El problema es que toda esa liquidez se absorbía y absorbía por hogares y empresas. Y mientras más fallaba la política monetaria en romper la trampa, menos creíble se hacía la salida y más se justificaba el actuar de los agentes que guardaban el dinero bajo la cama. En todo caso Japón tuvo una breve salida de su trampa de liquidez. Finalmente logró volver a unas tasas de crecimiento relativamente decentes hace unos tres o cuatro años, una recuperación que desafortunadamente se ha evaporado, víctima de la crisis financiera global.En términos prácticos, siempre que aparecen nubarrones en el horizonte, los agentes tratan de mover sus carteras hacia activos más líquidos. Los consumidores tratan de recortar gastos innecesarios y reducir deuda con el objeto de abrirse a opciones de financiamiento de emergencia. Los empresarios recortan aquellos gastos que consideran más dispensables: como la publicidad, los viajes a conferencias, los eventos sociales, la consultoría. Si la incertidumbre sigue, se continúa con los trabajadores de menos historial en la empresa que son los de menos experiencia y de menores costos de despido. Si continúa, se sigue con aquellas funciones no críticas… y así. Mucho de esto ocurre porque la actividad económica ha caído, y por ende, también la demanda por los productos de las empresas. Pero una buena parte es también la forma en que se acumula liquidez para enfrentar la incertidumbre.
Esta es la trampa de liquidez, esa satánica pesadilla de todo keynesiano, la enfermedad macroeconómica de los avanzados y modernistas japoneses.
¿Qué tenemos nosotros?
Tenemos una crisis internacional que se ha transmitido, principalmente, de tres maneras a nuestro país: una contracción en la oferta agregada debido al deterioro de los mercados de capitales internacionales; una contracción en la demanda agregada debido a la severa caída en la demanda de nuestros bienes en el exterior; y un incremento en la incertidumbre global que refuerza la contracción de ambas: oferta y demanda agregadas. Sin negar que la crisis tiene un componente real, la incertidumbre es una parte importante de la desaceleración que estamos viviendo, una incertidumbre que genera un apetito fuerte por liquidez.
Tenemos una desaceleración extremadamente fuerte de la actividad económica y un deterioro acelerado del mercado laboral. Lo interesante, sin embargo, es que al mismo tiempo tenemos una curiosa estabilización o incluso leve recuperación de los indicadores de expectativas empresariales y de consumidores. ¿Será posible que tengamos simultáneamente una necesidad de liquidez que frena la actividad económica y una cierta emergente expectativa (rodeada aún de incertidumbre) de recuperación económica?
Tenemos un fisco y un banco central que se han sacado los zapatos en inyección de liquidez y gasto a la economía. Una expansión fiscal de padre y señor mío y un cercenamiento con katana de las tasas de política monetaria. Y sin embargo, a pesar de todo, la desaceleración y las tasas de desempleo son a lo menos comparables a las de la crisis asiática.
Y tenemos deflación, es decir, justo lo que se necesita para generar un retorno real positivo de mantener dinero. Tuvimos deflaciones entre noviembre y febrero. Si alguien liquidó un activo por 1.000 pesos en octubre, en febrero podía comprar lo equivalente a 1.024 pesos. No está nada de mal si es que las inversiones alternativas se ven como demasiado riesgosas.
Lo que propongo, a modo de hipótesis, es que los paquetes expansivos de Hacienda y los agresivos recortes de tasa del
Central no tenían cómo evitar la desaceleración en un marco macroeconómico que para todos efectos prácticos era… digamos… no una trampa, pero si una trampita de liquidez. Lo que sí se ha hecho, sin embargo, es dotar a las empresas y a la economía del combustible que permitirá, cuando se despeje algo de la incertidumbre global, tener una salida relativamente acelerada. La liquidez provista y los bonos de subsidio han servido para reducir deuda y para enfrentar las urgencias de números significativos de ciudadanos. Las medidas que se están implementando respecto a las empresas han estado dirigidas a reducir los impuestos a las transacciones financieras y reabastecer las líneas de crédito. Todo se ha hecho preparando a la economía para salir rápido.
Mensaje: los paquetes de reactivación debieran ser evaluados no sólo por su efecto impacto, sino por la velocidad con que nos saquen de la crisis.
Dentro de la trampa, hay un resorte.

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