domingo, 21 de septiembre de 2008

¿Es Greenspan culpable de la crisis?

Hace algún tiempo, un lector de El Confidencial envió un delicioso comentario que rezaba lo siguiente: Ocurrió en el año 1921, cuando la inflación en Austria había provocado aumentos de precios del 300% mensuales. Ante tal coyuntura, el ministro de Hacienda del Gobierno austriaco le pidió consejo a un economista para atajar la situación. Este le dijo que se reuniera con él a las 12 del mediodía de esa misma mañana en la entrada de la Fábrica de Moneda. Y así se hizo. A la hora convenida, se encontraron ambos, y el ministro le preguntó: ¿Cómo podemos parar la inflación? El economista pegó una mano a su oreja y le respondió: ¿Oye ese ruido? Pues acabe con él”. El economista se llamaba Ludwig Von Mises, quien junto con Hayek, según nuestro interlocutor, fue el único en predecir la Gran Depresión de 1929.



A estas alturas de la película económica hay pocas dudas de que el tsunami financiero que recorre el mundo (y que ha hecho emplearse a fondo a los bancos centrales y quebrar los principios ideológicos de muchos defensores del libre mercado) tiene que ver con la oferta monetaria. Es decir, con el número de horas que trabaje esa máquina ‘infernal’ de hacer billetes que tanto chirriaba a los oídos de Von Mises.



Para muchos, estamos ante la madre de todos los problemas: el exceso de liquidez genera inflación, y si esa abundancia llega a alcanzar niveles desorbitados -como ha ocurrido en los últimos años de la mano de una política monetaria extraordinariamente laxa- la fiesta del dinero puede acabar en una tragedia griega en forma de credit crunch. Dicho en otros términos, alguien ha retirado las copas en medio de la fiesta. Y los invitados tienen sed. Mucha sed. Tienen dos opciones: o dejar de beber (lo que abocaría al mundo a una recesión) o irse a un bar clandestino de los que había durante la Ley Seca (los legendarios speakeasies de Nueva York) en forma de ventanilla de emergencia regentada por los banqueros centrales para aguantar el tirón.



Burbuja inmobiliaria



¿Y quién ha sido el maestro de ceremonias? ¿El gran brujo que ha dirigido este oficio de tinieblas? ¿El encargado de apretar cada mañana el botón que hace funcionar la máquina de hacer billetes? Para un número creciente de analistas, el hacedor de tantos entuertos responde al nombre de Alan Greenspan, asesor de tres inquilinos de la Casa Blanca y presidente de la Reserva Federal durante 18 años y medio, a quien se acusa de mirar para otro lado y de alimentar la burbuja inmobiliaria en EEUU con su irresponsable estrategia monetaria. No es una acusación cualquiera. Recae sobre alguien de quien el New York Times llegó a decir: “Para qué queremos a Dios si tenemos a Greenspan”. De él también se dijo, como recordaba el otro día Financial Times, que estábamos ante ‘el hombre que salvó al mundo’ tras el derrumbe de las torres gemelas.



Al ‘maestro’, como le llamó Bob Woodward en su biografía casi oficial, le llueven ahora chuzos de punta. Se acusa a Greenspan de ser el principal culpable de situar los tipos de interés en niveles extraordinariamente bajos durante un periodo prolongado de tiempo, creando el caldo de cultivo idóneo para que la burbuja (¿o habría que decir las burbujas?) estallaran. Y de aquellos polvos vienen estos lodos. Y no sólo por eso. El anterior presidente de la Reserva Federal respaldó la suicida bajada de los impuestos decretada por George W. Bush para estimular artificialmente el consumo, lo que provocó un gigantesco déficit presupuestario del que EEUU todavía no se ha recuperado. Y para más inri, permitió que los tiburones de Wall Street camparan a sus anchas cometiendo todo tipo de tropelías con salarios de escándalo.



No acaba ahí la lista de agravios. El principal de sus errores fue, según sus críticos, haber permitido a los bancos de inversión (Morgan, Merrill, Lehman...) asumir riesgos imposibles de cumplir. Creando, en una palabra, monstruos financieros con pies de barro que tarde o temprano tendrían que desmoronarse a la misma velocidad que ha estallado la burbuja inmobiliaria.



No es casualidad que a Greenspan se le llamara el ‘amigo’ de los mercados, con quien siempre mantuvo algo muy parecido a un compadreo, dicho en tono castizo. Una sola insinuación suya, sin necesidad de alterar los tipos de interés, era capaz de mover Wall Street, ya que sus ‘amigos’ sabían de antemano lo que quería decir el ‘maestro’. Alguien ha escrito que el Greenspan de la Reserva Federal era una mezcla de político y rigor técnico, y sin duda que así actuó durante casi dos décadas. Dando ‘toques’ a los mercados en forma de advertencia (su célebre expresión de exuberancia irracional), pero sin intervenir de forma resuelta y decidida. Como cuando en la primavera de 1998 el jefe de la CFTC (Commodity Futures Trading Commission) le mostró su preocupación sobre el imparable crecimiento del mercado de derivados. Greenspan no mostró inquietud alguna y sugirió que una regulación más estricta sólo perturbaría su funcionamiento.



Un hombre del establishment



Como se ve, muchas acusaciones contra un personaje acostumbrado a los cenáculos de Washington, y que durante tres décadas formó parte del establishment del poder político republicano (si bien es verdad que los demócratas no hicieron ascos a su compañía), al contrario que su sucesor, Ben Bernanke, procedente del mundo académico y que no quiere saber nada de contubernios políticos ni de guiños al poder de los mercados. Al contrario que el ex presidente de la Reserva Federal, para quien los reguladores sólo entorpecen el buen funcionamiento de los mercados.



¿Es culpable Greenspan de tanto desorden? Lo primero que hay que decir es que la abundancia del dinero barato no es un fenómeno nuevo. Como se ha podido acreditar empíricamente, la mayoría de las principales crisis bancarias en los últimos 25 años se han producido a raíz de períodos de muy rápido crecimiento del crédito. Sin embargo, como admite un reciente estudio de los profesores Giovanni Del´Áriccia, Deniz Igan y Luc Laeven, no Yet, not all credit booms are followed by banking crises.todos los auges de crédito necesariamente acaban en una crisis bancaria como la actual, que puede costar a los contribuyentes entre 400.000 y 500.000 millones de dólares, una cantidad equivalente a la tercera parte del PIB español. Según los autores citados, la mayoría de estudios concluye que, mientras que la probabilidad de una crisis del sistema financiero aumenta significativamente (entre un 50% y un 75%) durante los auges de liquidez, lo cierto es que históricamente sólo un 20% de los episodios de ‘boom’ han terminado en una crisis.



Es decir, que la orgía de liquidez no tenía por qué haber acabado necesariamente en tragedia. Pero lo cierto es que así ha sido. José Carlos Díez, economista jefe de Intermoney, lo exculpa en parte. No lo considera culpable de su política monetaria teniendo en cuenta que en los años 90 el mundo vivió una doble deflación, por un lado la vinculada con la caída de precios procedentes de China, y por otro la relacionada con los avances tecnológicos, que abarataron las transacciones internacionales. Había peligro real de caer en un proceso de deflación generalizado (con las consecuencias negativas que ello conlleva), y Greenspan, en su opinión, no tenía más remedio que relajar su política monetaria para estimular el consumo. Las consecuencias de esa estrategia son de todos conocidas. Tras el pinchazo de la burbuja tecnológica, se incubó una enfermedad más importante, la relacionada con el mercado inmobiliario.

Un error de cálculo

Un par de datos ilustran el fenómeno. En el año 2000, se construyeron en EEUU 1,5 millones de viviendas, pero es que en enero de 2006 el número superaba ya los 2,3 millones de casas, lo que supone un aumento de prácticamente el 50% en apenas un quinquenio. Desde luego, mucho más que el crecimiento de su población. Y aquí entra la opinión de uno de los mayores críticos de Greenspan, el Premio Nobel Joseph Stiglitz, para quien el presidente de la Reserva Federal no se dio cuenta con el tiempo suficiente de la que se le venía encima. Y en lugar de endurecer su política monetaria para evitar la formación de una burbuja, lo que hizo fue contentar a los mercados con tipos de interés anormalmente bajos. Cuando vio que el peligro acechaba, cambió el sesgo de sus decisiones monetarias, pero era ya demasiado tarde.

La burbuja había estallado, y con ella los cimientos del capitalismo financiero que hemos conocido en los últimos 20 años, desde que George Bush padre aprobara la Ley de Modernización de los Servicios Financieros, con Greenspan en la cresta de la ola. Se rompía una tradición ‘proteccionista’ (para los depositantes y los accionistas) inspirada por la Gran Depresión. La Ley Glass-Seagall (de 1933) impuso la radical separación entre las actividades de banca comercial y las operaciones de banca de inversión. Los bancos, incluso, fueron privados de ofrecer una amplia gama de productos de seguro a sus clientes, toda vez que la supervisión la ejercían los propios Estados, y no una agencia específica.

Ese modelo de banca fue el que se quebró en 1999 con la aprobación de la Ley Gramm-Leach-Blieley, que permitió a las compañías tenedoras de acciones bancarias convertirse en sociedades holding que a su vez podrían emprender cualquier tipo de actividad financiera. Aquí empezó el lío. Greenspan permitió que se creara un “mercado en la sombra”, opaco para la SEC, el organismo encargado de supervisar las actividades de la banca de inversión. Y no hay ninguna duda de que con su capacidad de influencia sobre la clase política de Washington, la Fed hubiera tenido más poderes de supervisión. El final de la película es de sobra conocido. Entidades con pocos recursos propios y escasamente capitalizadas asumieron riesgos inimaginables que finalmente han estallado en sus propias manos. O mejor dicho, en las de todos nosotros.

www.cotizalia.com

No hay comentarios: