El plan de estímulo económico de 787.000 millones de dólares que el presidente Barack Obama ratificaba el pasado 17 de febrero contenía una provisión inesperada, pero no obstante preocupante para los defensores del libre comercio mundial. Se trataba del requisito de que los proyectos financiados por el plan comprasen bienes fabricados en Estados Unidos siempre y cuando fuese posible. Cuando los gobiernos del mundo dedican enormes sumas de dinero a estimular sus economías, parece razonable que cada uno invierta en su propio mercado. Después de todo –al menos es lo que sostiene este argumento-, ¿por qué deberían los contribuyentes estadounidenses pagar por acero procedente de Canadá cuando los fabricantes estadounidenses están teniendo dificultades?
A los economistas y líderes políticos de Estados Unidos, Europa y otros países les preocupa que esta simple lógica esté despertando instintos proteccionistas en todo el mundo, poniendo en jaque los principios del libre comercio que son fundamentales para la recuperación económica mundial. Éste es un problema adicional a sumar a la caída del volumen de comercio debido a una inferior demanda de consumo y los problemas crediticios provocados por la crisis financiera.
Por el momento, el proteccionismo es más bien una amenaza, no un hecho, aunque se trata de una amenaza creciente que debe ser tomada muy en serio. “De hecho, hasta el momento el sentimiento proteccionista es mucho más débil de lo que cabría esperar en un principio, y eso es algo que me agrada”, dice el profesor de Finanzas de Wharton Jeremy J. Siegel. “Todo el mundo tiene en mente la Gran Depresión y sus enormes niveles arancelarios”.
La Organización Mundial del Comercio está tan preocupada por lo que considera una tendencia al alza de impulsos proteccionistas, que durante una conferencia pronunciada el 3 de febrero, el director general Pascal Lamy invocó al tristemente célebre Smoot-Hawley Act de 1930, que incrementó los aranceles de más de 20.000 productos importados por Estados Unidos. Esta ley hizo estallar una guerra comercial que, según muchos economistas, agravó la Depresión. “Bien sea con aranceles o con otras medidas más sofisticadas, en la actualidad corremos el riesgo de precipitarnos al resbaladizo terreno de las medidas y contramedidas”, advertía Lamy.
En Estados Unidos, en la Cámara de Diputados, los Demócratas redactaron enérgicas provisiones “para adquirir productos estadounidenses” en su ley de estímulo económico, aunque los términos fueron suavizados en el Senado a petición de la administración Obama. La ley final obliga a emplear hierro, acero y productos manufacturados estadounidenses en proyectos financiados por el plan de estímulo. Se permiten excepciones en pro del “interés público” o si la utilización de materiales estadounidenses incrementa los costes del proyecto en un 25% o más.
Y lo que es más importante, la ley aprobada finalmente, a diferencia de la versión de la Cámara de Diputados, estipula que Estados Unidos debe seguir cumpliendo sus acuerdos comerciales internacionales. Esto calmó a muchos grupos defensores del libre comercio, como la Cámara de Comercio Estadounidense, que había presionado duramente contra las medidas propuestas por la Cámara.
Pero el tema aún no se ha zanjado. Mientras Canadá, México y muchos países europeos tienen acuerdos comerciales con Estados Unidos, expertos en comercio señalan que China, la India y muchos otros países en desarrollo no están tan bien protegidos. Estos países podrían por tanto quedarse fuera de algunas subastas en proyectos financiados por el plan de estímulo, lo cual les proporciona incentivos para tomar represalias.
Asimismo, muchos expertos creen que se necesitarán estímulos adicionales y les preocupa que crezca el sentimiento proteccionista, incluso a pesar de que la administración Obama haya adoptado posiciones fuertemente defensoras del libre comercio. Mientras, en el resto del mundo se observan ciertos impulsos proteccionistas. Francia e Italia, al igual que Estados Unidos, han aprobado medidas para ayudar a sus fabricantes automovilísticos. En el Reino Unido, algunas medidas para proteger el empleo se consideran potencialmente proteccionistas, y numerosos países han criticado a China por mantener su moneda artificialmente baja para fomentar sus exportaciones.
Recientemente Rusia incrementaba sus aranceles y concedía subvenciones a una docena de bienes. Egipto aprobaba aranceles sobre el azúcar y Estados Unidos ha empezado a aplicar nuevos aranceles sobre algunos bienes chinos, incluyendo los colchones. La Unión Europea grava con aranceles los tornillos y destornilladores procedentes de China. India aplica restricciones sobre las importaciones de acero y textiles chinos.
El 14 de febrero los miembros del G7 –Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá-, celebraban una reunión de emergencia en Roma; en su comunicado oficial prometían no socavar el libre comercio mientras se estuviese luchando contra la recesión. En el primero de los dos días que duró dicho encuentro, el Reino Unido y Francia advertían que el mundo no debía repetir las guerras comerciales de la época de la Gran Depresión. Claramente, todo el mundo está bastante preocupado por una posible vuelta del proteccionismo.
Si el mundo se quiere recuperar de esta recesión debe evitar las guerras comerciales, en especial dada la creciente interdependencia de los intereses económicos de los países, dice el profesor de Gestión de Wharton Stephen J. Kobrin. “Es fundamental. Resulta evidente que en aquella ocasión el proteccionismo agravó la Gran Depresión, y ahora las economías están mucho más integradas”.
¿Qué es el libre comercio?
Los principios del libre comercio son muy sencillos: todos los países producen aquello que hagan mejor, fomentando la competencia y manteniendo los precios lo más bajos posibles para todo el mundo. El país con mucho hierro y sin apenas tierras de cultivo fabricará acero; el que tenga poco mineral de hierro pero grandes extensiones de tierra cultivará trigo. Conjuntamente, entre los dos se produce más acero y trigo que si cada uno de ellos intentase producir ambos bienes; además, los producen de una forma más eficiente.
Pero en el mundo real no todo el mundo defiende este principio básico de libro de texto. El Mercantilismo, que animaba a las naciones a que sus exportaciones superasen sus importaciones, fue la política económica dominante en los países europeos durante los siglos XVI a XVIII; incluso en algunos países hasta bien entrado el siglo XIX. En general, la tendencia histórica desde entonces ha sido hacia el libre comercio, y los mercados hoy en día están más abiertos que en cualquier otro momento de la historia moderna.
“Conduce a la eficiencia a largo plazo”, dice el profesor de Finanzas de Wharton Franklin Allen. “La gente se especializa en aquello que hace mejor. De otro modo, en algunos países habría gente sin la formación o habilidades necesarias -o bien recursos-, haciendo cosas de manera ineficiente”. Pero bajo la superficie siempre existen presiones contra el libre comercio, y pueden ser fácilmente racionalizadas. “Si eres el único país que tiene una política a favor de la adquisición de productos propios, podrías ganar con el proteccionismo”, dice Siegel. “Pero si otros toman represalias adoptando asimismo ese tipo de políticas, en ese caso todo el mundo pierde”.
Hoy en día, los trabajadores, sus empleadores y los sindicatos –así como los políticos que les representan-, a menudo convierten el libre comercio en el culpable de todos los males cuando se pierden puestos de trabajo a favor de países competidores más baratos. El Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), aprobado durante la administración democrática de Clinton, se convirtió en un problema político durante la campaña presidencial el pasado otoño, ya que los sindicatos le echaban la culpa de las pérdidas de empleos en Estados Unidos. Efectivamente, ese puede ser uno de los efectos del libre comercio, como por ejemplo cuando los trabajadores estadounidenses del sector textil perdieron frente a la competencia extranjera. Pero según Allen, también puede crear empleos para otros. “Creo que tenemos que aprender a competir en este contexto”.
El libre comercio puede beneficiar a la sociedad en general, pero sin embargo son muy pocos los ciudadanos que se detienen a pensar en ello, así que el apoyo público al libre comercio no suele ser tan apasionado como la oposición procedente de esa minoría preocupada por perder su empleo. Dennis C. Blair, director de inteligencia nacional de Obama, advertía recientemente que el descontento popular en temas económicos amenaza con derribar a algunos gobiernos extranjeros. Los líderes nacionales tienen, por tanto, grandes incentivos para proteger las industrias domésticas.
Incluso la gente que cree en el libre comercio como principio general a menudo sostiene que existen excepciones. Por ejemplo, la mayoría de los economistas reconocen que los países deberían proteger su industria de defensa en lugar de depender de proveedores extranjeros.
Los problemas del libre comercio no suelen ser preestablecidos. El profesor de Finanzas de Wharton Richard Marston cree que los programas de estímulo económico son un buen ejemplo. “Las provisiones para adquirir productos estadounidenses son un tema controvertido”, señala. “Supongamos que todos los países experimentan la misma recesión, pero sólo un país tiene un programa de estímulo que se financia con deuda pública. En este caso, el resto de países se comportan como free-riders en relación a dicho plan de estímulo, ya que tanto el consumo directo como indirecto derivado del plan favorece las importaciones, al menos hasta cierto punto”. (Esto puede ser corregido centrando el gasto del plan de estímulo en cosas que beneficien a la economía estadounidense, como reparar las carreteras o los puentes, explica).
El debate sobre si el comercio es realmente libre es permanente; los países suelen acusarse entre ellos de romper las reglas de juego. Los productores pueden ser protegidos empleando aranceles sobre las importaciones o con subvenciones del Gobierno. Para los puristas, la ayuda prestada por el Gobierno estadounidense a General Motors, Chrysler y Ford no es justa para los fabricantes de automóviles extranjeros. Incluso los defensores a ultranza del libre comercio podrían racionalizar dicho proteccionismo en tiempos de crisis, en especial si se puede vender como una medida temporal.
Intervención cambiaria
Pocos casos ilustran tan bien la complejidad de los temas comerciales como la intervención del Gobierno en los mercados de divisas. La intervención de China está diseñada para mantener el yuan relativamente bajo frente al dólar estadounidense; tras las declaraciones del secretario del Tesoro estadounidense Timothy Geithner criticando esta política china, se ha abierto una disputa entre ambos países. Desde el punto de vista del libre comercio, toda intervención en los tipos de cambio es un reajuste improcedente; sin embargo no es tan sencillo, dice Allen.
“Este tema de la manipulación del tipo de cambio es una cuestión interesante. Yo no creo que sea tan grave. La volatilidad de los tipos de cambio es muy elevada, y eso sí es un problema”. La intervención china apacigua los mercados, señala Allen.
Tal y como comenta Marston, “la intervención china en los mercados de divisas tiene el mismo efecto sobre el precio relativo de los bienes chinos y estadounidenses que un arancel. Y la intervención ha sido enorme. China ha acumulado más de 2 billones de dólares de reservas en forma de divisas en parte porque el país no ha permitido que su moneda se aprecie lo suficiente”. Pero éste no es el mejor momento para presionar a China para que abandone dicha política, explica Marston, señalando que pequeños cambios han permitido que el yuan se aprecie cerca del 20% desde julio de 2005. “Si el mercado no estuviese intervenido la apreciación sería mucho mayor. Pero cuando estamos inmersos en una crisis mundial es mejor no abordar estas cuestiones”.
Un motivo: los consumidores estadounidenses y de otros lugares del mundo se benefician porque dicha intervención provoca que los bienes chinos sean muy baratos, aunque puede perjudicar a los exportadores de otros países al hacer que sus bienes sean demasiado caros para los consumidores chinos. Estados Unidos también se ha beneficiado porque las transacciones con yuanes implican la adquisición en cantidades industriales de bonos del Tesoro estadounidense, contribuyendo a financiar la deuda y manteniendo los tipos de interés bajos.
Siegel señala que los consumidores estadounidenses –en especial aquellos afectados por la recesión-, se benefician de la ausencia de aranceles y otros obstáculos al libre comercio con China. “Importamos más que muchos otros países, y China es un exportador neto”. “Hemos podido importar una enorme cantidad de bienes a precios extraordinariamente bajos, y esos bienes han contribuido a nuestros niveles de vida y consumo”.
A muchos expertos les preocupa la vuelta del proteccionismo, pero muchos señalan que por el momento existen otros factores que hacen mucho más daño al comercio internacional. Según predicciones del Banco Mundial, el comercio caerá este año por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, y muchos puertos ya están registrando caídas de dos dígitos. “La mitad de la flota global de graneles está parada”, señala el profesor de Gestión de Wharton, Marshall W. Meyer, refiriéndose a los barcos que transportan mercancías como metal de hierro, cereales o carbón. “Algunos de los principales consignatarios acaban de recibir sus pedidos de nuevos barcos y simplemente los han aparcados”.
El índice Baltic Dry Index de contratación de fletes marítimos ha caído un 90% desde el máximo alcanzado en mayo de 2008, explica. “En su mínimo, que fue hace unas semanas, se podía contratar un granelero Panamax –que es lo más grande que puede cruzar el Canal de Panamá-, por unos 500 dólares al día. En otras palabras, lo que pagarías por un Cadillac Escalade”.
El transporte marítimo de petróleo está aguantando el tirón bastante bien, dice Meyer, pero el transporte marítimo de contenedores ha caído drásticamente. Como los barcos de contenedores funcionan con horarios, como las compañías aéreas, sus propietarios los mantienen a medio gas, pero con mucho menos carga. “Probablemente el 90% de los transportistas, y hay muchos, están perdiendo dinero este año”.
En opinión de Meyer, el descenso en la demanda de bienes de consumo ha sido agravada por la falta de crédito debido a la crisis financiera. Se ha vuelto prácticamente imposible para los compradores conseguir cartas de crédito para garantizar el pago de sus pedidos. “No metes tu mercancía en un barco hasta no tener un documento que te asegure su pago cuando llegue a manos del comprador”.
Al final, en opinión de Meyer, la amenaza de proteccionismo es simplemente uno de los ingredientes de la combinación de retos que afronta la economía global. “Cuando se pronuncia la palabra proteccionismo, yo me digo: Espera un momento; hay otras muchas cosas que también están ralentizando el comercio global”.
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